Una espiral de violencia infinita

La violencia se ha permeado tanto en la sociedad que en ocasiones es difícil percatarse de que nos acompaña en cada minuto de nuestros días. Su normalización ha generado que las reacciones ante este hecho sean indolentes y pasajeras. La infancia se ha convertido en su víctima propicia, es en ella donde se gesta, es en ella donde se perfecciona y es a través de ella que evoluciona. Adrián Vázquez lleva al Foro Lucerna su potente monólogo, El Hijo de mi Padre, en donde evidencia la sagacidad que tiene la violencia para colarse en la infancia y mantener su vigencia que parece ser eterna.

Con una capacidad actoral impresionante, un control de emociones que deambulan entre lo inocente y lo impetuoso, Adrián Vázquez da vida a Maxi, un niño radicado en Tijuana que se ve obligado a mudarse a las faldas de un cerro en donde entabla amistad con los niños del lugar y a base de peleas se gana su respeto. Maxi adopta el nombre de Chimino y a través de él conocemos su historia. Una infancia marcada por la pobreza, la falta de oportunidades y una educación deplorable, se entreteje en este lugar olvidado por el gobierno en donde la violencia se respira en cada palmo de tierra.

Desde su adultez Maxi relata con sumo detalle los eventos que marcaron su infancia y que van desde temas inocentes como su primera pelea, sus amistades, las travesuras que ideaba, hasta la complejidad de eventos como violación infantil, violencia intrafamiliar y asesinatos. Con una narrativa anacrónica Chimino abre sus recuerdos y se desnuda ante el público para evidenciar la forma en que se moldeó su ser.

El acierto más grande de El Hijo de mi Padre es la forma en que controla al público y le va develando una violencia con la que, en la primera parte de la obra, el espectador se siente a gusto e incluso la aplaude, para pasar a encararlo en la segunda parte al mostrarle las consecuencias de esa violencia que al inicio parecía inocente y que ha escalado a límites insospechados. 

Adrián logra que el público empatice con Maxi desde los primeros minutos. Las anécdotas narradas remitan a cualquier infancia y los eventos generan risa y evocan recuerdos. Conforme la obra avanza la empatía se torna en apatía, la violencia al principio vedada por la inocencia muestra su verdadero rostro y se genera una conmoción en el espectador que se incomoda con lo crudo de los sucesos en los que participó el protagonista.

Esta historia habla de la degradación del ser humano. A través de un niño se muestra la inevitable caída del ser humano en una espiral de violencia que se antoja infinita y de la que no se puede escapar. El personaje es moldeado por unos eventos es los que al inicio es partícipe circunstancial y pasa a convertirse en su perpetrador. 

El Hijo de mi Padre se desenvuelve en claroscuros que se presentan a través de los vestigios de la memoria del protagonista en los que se dibujan sucesos memorables y denigrantes, recuerdos bellos y grotescos. El claroscuro se hace patente también en el escenario. Chimino mantiene sus pies clavados en una pequeña tabla en la que recorre los resquicios de su memoria y es bañado por una luz cenital que proyecta su sombra y le permite sumirse en la oscuridad de sus recuerdos más lóbregos.

Adrián Vázquez da una cátedra actoral al interpretar a más de diez personajes entrañables cuya voz y actitud es fácilmente distinguible. Un niño con problemas de lenguaje, un padre severo, una niña con fuerza de voluntad, una maestra con pocos recursos, un cholo, una madre abnegada y un largo etcétera son algunos de los personajes que se apoderan del cuerpo de Adrián para reforzar las anécdotas de Chirino. El manejo de emociones de este actor es impresionante pues pasa de la risa al llanto, de la ira a la alegría, de la inocencia a la violencia en cuestión de segundos y por medio de personajes bien definidos que construyen unas subtramas potentes y dotan a la historia de fuerza. 

El Hijo de mi Padre es una obra extraordinaria que implica al público y juega con sus emociones. Los personajes que presenta son profundos y con base en ellos se hace evidente la presencia de la violencia en la vida del ser humano. Lejos de ser una apología de la violencia, es una crítica a su normalización, es su develación, su exposición, todo esto para hacer una crítica puntual y alertar sobre su existencia en la infancia.

Este monólogo se presentará los viernes a las 20:00 horas y sábados y domingos a las 18:00 horas del 17 al 26 de marzo de 2023 en el Foro Lucerna. Los boletos están a la venta en la taquilla del teatro y en Ticketmaster.