‘’Es necesario abandonar el discurso bélico y asumir las causas ambientales de la pandemia, junto con las sanitarias, y colocarlas también en la agenda política. Esto nos ayudaría a prepararnos positivamente para responder al gran desafío de la humanidad, la crisis climática, y a pensar en un gran pacto ecosocial y económico’’. 

Maristella Svampa

Eres el único ser humano que queda con vida sobre la Tierra, la desesperación e incertidumbre te consumen lentamente, penetrando en tus pensamientos sin dejarte descansar en un ciclo de soledad que pareciera ser eterno; toda la humanidad fue aniquilada con el paso de los años acompañados por diversos fenómenos: cambio climático, conflictos bélicos, accidentes químicos, entre otros. ¿El resultado? ciudades destruidas, la acidez del aire y la radiación provocan graves daños en tu cuerpo: comienzas a pensar en el suicidio. Este es el panorama al que Itzé y Bernardo tienen que hacer frente día a día.

La monotonía, la desgracia y el desastre van hundiendo cada día más a ambos protagonistas en la depresión y la rendición, sin una sola pizca de esperanza en el porvenir, ni siquiera en encontrar a alguien más con vida, pues ni siquiera ellos mismos son conscientes de la existencia del otro. Nadie con quien hablar, nada que oir, nada que ver, nada que les mueva. 


La Luz del Otro, de la mano del director David Psalmon, invita al espectador a sentir un cúmulo de emociones vacías en medio de un escenario postapocalíptico, sirviéndose de la filosofía de Emmanuel Lévinas para generar una red de reflexiones acerca del ‘’Yo’’ desde una perspectiva social crítica del mundo contemporáneo; guerras, individualismo, avaricia, apatía y sufrimiento. ¿Cómo llegamos a este punto? y ¿qué hace falta para que el ser humano deje de estar deshumanizado?

Quien conoce su historia… ¿garantiza no volver a repetirla? En medio de la devastación planetaria e interna de Itzé y Bernardo, ambos se convierten en el rayo de esperanza del otro, teniéndose solamente a ellos mismos no solamente como compañía, sino también como motor para humanizarse: sentir por otro, empatizar, conectar vínculos emocionales. El ser humano es, por naturaleza, un ser social. 

Con una escenografía montada por mamparas que reflejan imágenes apocalípticas, la obra maneja tintes de desgracia y terror, pero que a través de la filosofía llevan al espectador a concebir la importancia que cada ser humano puede tener en la sociedad, entendiendo cómo el amor, la empatía, el respeto y lo colectivo pueden llevar a la construcción de una sociedad verdaderamente humanizada, viendo por todos, construyendo para todos y no solamente para unos cuantos.

Los simbolismos brillan a lo largo de todo el espectáculo. El ser humano, a fin de cuentas, se tiene a sí mismo para buscar la esperanza.