Maybe I’m Amazed con Paul McCartney
Encontrarme escribiendo estas líneas no es una sorpresa, bien es sabido mi amor por la música “vieja”, por The Beatles y, por supuesto, por Paul McCartney. Hablar de las canciones que conforman mis playlist o que enmarcan recuerdos importantes tampoco sería revelador. En cambio, cuando pienso en qué podría decir en este texto, me doy cuenta que tengo toda una lista de memorias junto a ti, querido amigo, Paulie.
Vayamos desde el principio. No te sientas ofendido si te llamo de esa manera, Paulie, pero parece natural llamarte por el apodo que inventé para nuestra no tan ficticia relación. Entre mis más queridos amigos, no encontrarás mas que sobrenombres de cariño, aún cuando algunos de ellos no suenen tan tiernos, todos esconden una muestra de mi afecto. Es darles una esencia única, es distinguirlos del resto.
Cuando era niña te llamaba con “respeto”, tal como lo hacía mi padre; en la casa eras Sir Paul. Desde ese entonces me aprendí tus canciones. Mi poca experiencia me hizo caer en la trampa de los más necios beatlemanos: tener que tomar un bando entre tú y John Lennon. Fue prácticamente imposible, no podía fallarte, pero tampoco a Lennon. Estaba atrapada en medio de ambos. Sin respuesta, decidí poner distancia entre ustedes, también lo hice con los Beatles.
En mi adolescencia llegó mi primer amor, quien hábilmente se alió contigo y te convirtió en alcahuete de la relación. Fuiste algo así como el mediador cuando las cosas se complicaron; le permitiste usar My Love como carta de amor y perdón. Quizá la verdadera hazaña fue tuya, pues fue el primer paso para romper la distancia entre nosotros. Cuando la magia se esfumó de aquel noviazgo, me esperabas con With a Little Help From My Friends, no solo como hombro de consuelo, también para enseñarme que tú y John podían vivir juntos en mi corazón.
Así comenzamos nuestra relación. Sin saberlo, poco a poco ganarías más y más espacio de mi cariño. Eras el amigo incondicional, el que para toda ocasión tenía una canción ideal. Junto a ti podía estar en silencio, viendo el horizonte mientras mi cabeza tarareaba lo más alegre de tu repertorio. También me hacías compañía mientras me tumbaba de frente al techo de mi cuarto, preguntándome cuándo llegaría ese momento donde ya “no habrían más noches solitarias”.
No olvidaré la vez que inesperadamente te presentaste en casa de aquel novio que juraba ser rockstar. Como casi siempre, estábamos en la sala mientras él practicaba en la guitarra. Solía oírlo interpretar canciones como ‘Creep’, pero ese día tocó algo que nunca le había escuchado: ‘Blackbird’ no sólo era una selección inusual en él, también se trataba de una de mis favoritas. Entonces lo supe. Tú eras más que un amigo. Me molestó que tocara esos acordes con sus dedos poco talentosos. Era como oler el perfume de tu verdadero amor en alguien que sólo es un sustituto.
Fuiste tú quien me dio el empujón para dejar a ese hombre que siempre vestía camisetas blancas y chamarras de mezclilla, que me hacía pasar tardes de eterna aburrición en un sofá. Ahora que había descubierto cuánto te amaba, nuestra relación se pondría a prueba. Durante los siguientes años todo fluyó con naturalidad. Fui creciendo para hacer planes junto a ti: desde una visita a Londres hasta la selección de una canción de boda. Mi primer Super Bowl fue contigo; antes de ti me parecía un evento irrelevante.
Fue un mayo, cuando por sugerencia de alguien me acompañaste en una pérdida dolorosa. Me dijeron que ‘Hey Jude’ siempre alivia los corazones tristes; fue una de las pocas verdades que escuché ese día. Durante los siguientes meses pensé mucho en la letra de la canción. En esas fechas decidí que a mi muerte quiero que suene ‘In my Life’, esa será mi carta de despedida para todos los seres que amo.
Quizá fue la nostalgia que me invadía, quizá nuestro ciclo simplemente necesitaba reiniciarse. Sin darme cuenta nuestra rueda de la fortuna había llegado a su tope y comenzaba el declive. Tu voz me ponía triste. Mientras me sumergía en esa melancolía, tú te fuiste desvaneciendo, cada vez menos presente. Un año después me llevé la primera decepción. Venías de visita y la promesa de vernos llegó del brazo equivocado. No nos veríamos.
No creas que por mi parte no hice todo por conseguir una entrada, lo hice. No recuerdo más grande frustración que esa. Me atrevería a decir que no he vuelto a llorar con tanta rabia como en ese entonces. El día de tu concierto, yo estaba en la sala de mi casa con mi mejor amiga, llorando nuevamente de enojo. Me estaba aferrando a ti. Odiaba a todos aquellos que pudieron verte, a unos más que a otros.
Ese mismo año fui hasta Londres a buscarte, pagué una cuota que excedía mi presupuesto para abordar el Eurostar en los únicos asientos disponibles. Nunca te encontré, pero saberme en tu tierra me confortaba. Me paseaba imaginando una vida ahí y una parte de mí no quería regresar a mi país. Cuando lo hice seguí queriéndote, tratando de ignorar todos aquellos momentos y a esas personas que arruinaban nuestro lazo.
Un día, me di cuenta que habíamos caído en la rutina. Entonces, supe que debía hacer algo para refrescar nuestra relación. Un rumor de un concierto único e irrepetible se extendía cada vez con mayor fuerza. Sin una confirmación comencé los preparativos para emprender un nuevo viaje que nos permitiera reconectarnos. La noticia resultó cierta, el Empire Polo Club te recibiría junto a otros grandes contemporáneos tuyos. Casualmente, también fue un mayo, cuando conseguí mi entrada para el magno evento.
Ahí, en medio del desierto me reconquistaste. Durante dos horas me cantaste tus mejores temas, me hablaste de tus aventuras junto a John, George y Ringo, me pusiste la piel de gallina y hasta lloré de emoción contigo en Live and Let Die. Fuiste tan consentidor que incluso me llevaste serenata junto a Neil Young; ahí hicimos una tregua y le dimos una oportunidad a la paz. Nos fuimos contentos, fue la mejor noche de mi vida y estoy segura que tú también la disfrutaste. Sin duda, no volvimos a ser los mismos después de ese fin de semana de octubre.
Las coincidencias siguieron un año después, también en octubre, regresaste a México para verme. En esta ocasión sí se cumpliría la promesa de verte, y aunque no precisamente me fui a dormir con una sonrisa en la cara, por tu parte todo volvió a ser magia. Fue como vivir dos emociones opuestas a la vez. Nuevamente me hiciste llorar de emoción, unas horas después lloraría de desilusión; habían estropeado la noche.
Pese a todo, recuerdo cada detalle. Aún puedo ver esa luna grande y luminosa que nos acompañaba. Aún escucho tu voz con acento sensual y llena de sabiduría. Durante la noche cantamos juntos llenos de alegría, abrazaste a México y México te cobijó como siempre lo hace. Comprendí que tú eres la única persona que siempre, sin importar nada, estará ahí para mi; también descubrí que nuestra relación se entorpece cuando la comparto con otros.
Tú y yo no necesitamos malos tercios, tú y yo funcionamos mejor aislados del mundo. No necesito que nadie me recuerde lo talentoso que eres, estoy segura que tú tampoco necesitas que nadie arregle nuestros encuentros. Cuando hay intermediarios, irremediablemente se arruinan nuestros momentos juntos. Así que, Paulie, nuestra relación seguirá tan íntima como sea posible, seguiremos explotando cada oportunidad de estar juntos. Seguiremos acompañándonos en las buenas y en las malas. Seguiremos en nuestra extraña relación hasta el fin de nuestro existir, porque mi amor por ti es verdadero.
Hoy, en tu cumpleaños, te recuerdo. Miro nuestro pasado y sonrío. Ha sido una montaña rusa, tanto que jamás podría decir que eres un amor platónico. Así que, no tengo más que celebrar tu vida que ha hecho de la mía más feliz.
Perdona si no tengo un lindo regalo envuelto en una caja con un moño perfecto. Sé que procuro esmerarme en encontrar regalos adhoc para mis seres queridos, pero pensé que no habría nada en este mundo que no tuvieras. Eres tan querido que estoy segura que varios han intentado darte lo mejor, material y sentimentalmente. Ninguna baratija que logre dar “el gatazo”, ninguna playera estampada de tu película o banda favorita, nada de cualquier aparador, ni una foto enmarcada de nuestro encuentro en Desert Trip es digna de nuestra amistad. No, Paulie, a ti te regalo lo que mejor sé hacer, escribir. Te obsequio mis pensamientos más profundos porque sé que tú si sabrás valorarlo.
¡Feliz cumpleaños, Paul McCartney!
“And in the end, the love you take is equal to the love you make”