Mujeres mexicanas detrás de la cámara
El cine llegó a México antes de la revolución y en 1919 la película El automóvil gris fue un parteaguas para que comenzara el auge de la industria mexicana. Después, la famosa época de oro surgió a partir de la película Allá en el rancho grande (1939), en un intento de personificar el tejido social que cada vez más se volvía más heterogéneo en clases sociales. El star system en ese entonces fue un gran recurso para la industria y sobre todo por la presencia de mujeres con un estándar de belleza específico que se volvieron estrellas y “musas” codiciadas.
Durante la segunda guerra mundial se dio la oportunidad perfecta para México de hacer crecer su industria, por lo tanto, los directores y las propuestas audiovisuales abundaban, pero la particular ausencia de las directoras nos privó de otro tipo de narrativas durante 30 años.
Ni musas ni continuistas
En estos cimientos del cine, el papel de las mujeres en el set se limitaba a ser peinadoras y maquillistas, hasta que Matilde Landeta se convirtió en la primera mujer continuista que trabajó con distintos directores consagrados de la época y cuenta que cada año mandaba una petición de ascenso para ser asistente de dirección, pero se lo negaron siempre por ser mujer, a pesar de su vasta experiencia.
No fue sino hasta 1948 que decidió levantar un proyecto para dirigir una película, a contracorriente claro, y sin el apoyo del Banco Cinematográfico, pues este le negó el préstamo por especular que de esa pequeña cantidad de dinero comparada al presupuesto de los demás directores resultaría algo patético. En ese momento Matilde comprendió el derroche económico de las producciones.
Para lograr filmar Lola Casanova (1948), Matilde Landeta tuvo que empeñar su casa y vender su auto, además fundó una productora independiente con su hermano, situación que resultaba dificilísima ante el monopolio de las demás productoras millonarias. No obstante, logró hacer dos películas más en 4 años: La negra Angustias (1949) y Trotacalles (1951). Sin embargo, su filmografía no acabó ahí, sino 41 años después con Nocturno a Rosario (1992).
Directoras: el inicio de una genealogía
Aunque hubo algunas directoras que realizaron distintos cortometrajes, como Esther Morales con Pulquería “La rosita” (1965), su filmografía radicaba en proyectos pequeños y apenas visibles, aunque no menos importantes y valiosos, no obstante, Marcela Fernández Violante se animó a dirigir el proyecto para su primer largometraje: De todos modos Juan te llamas (1976), una historia ambientada en la guerra cristera en la que se aborda el abuso de poder ante la fe religiosa de las personas.
Marcela se convirtió en la primera directora egresada del CUEC ahora ENAC con una carrera prolífica y con más de siete títulos. Una de las trabas misóginas más violentas por las que atravesó, sucedió en el rodaje de Misterio (1980), una película por encargo de Margarita López Portillo con un guion de Vicente Leñero. El productor de aquel filme, Rogelio Gonzalez, cuestionaba constantemente sus ideas y decisiones, hasta que finalmente el hombre se lanzó corriendo hacia ella desde el otro extremo del foro, intimidándola, Marcela lo enfrentó e hizo que lo despidieran de su proyecto, y en forma de protesta decidió no filmar ese día.
Por lo tanto, la película quedó rodada en 19 días de los 20 acordados. Y aún así se llevó varios arieles ese año, incluyendo el de mejor guion adaptado, y a pesar de que Marcela colaboró en la adaptación, Leñero no la mencionó en los agradecimientos ante la ausencia oficial de su nombre en los créditos, pues los editaron mientras ella se encontraba en un rodaje en la sierra tarahumara.
Una directora que se caracterizó por nombrarse feminista y por abordar temas de injusticias sexuales es Rosa Martha Fernández, cuyos títulos como Rompiendo el silencio y Cosas de Mujeres son referentes indispensables para entender el movimiento feminista y la falta de derechos de las mujeres.
Romper el silencio (1979), es un mediometraje que aborda la violación sexual y toda la complejidad que implica, es decir, los abusos de poder, el papel de la iglesia, y los distintos tipos de discriminación y rechazo que enfrentan las víctimas. Este mediometraje lo realizó con el Colectivo Cine Mujer.
Asimismo, el documental, Cosas de mujeres (1978) narra el aborto desde los testimonios de mujeres precarizadas, haciendo énfasis en las condiciones desiguales en las que la mayoría de las mujeres ha muerto.
Otra directora fundamental es María Novaro, que incursionó en el mundo audiovisual a través del Colectivo Cine Mujer ayudando con la producción de documentales, pues ella era una socióloga militante de izquierda, lo que la volvía una conexión importante con las personas. No obstante, ingresó al CUEC con 28 años y con un par de hijos, situación que vulneraba sus tiempos, pero afirma que vivir en cierto tipo de “comuna” le ayudó a una crianza colectiva y a desarrollar paralelamente sus proyectos.
Su primer largometraje, Lola (1988), aborda el tema de la maternidad con la específica intención de vulnerar y erradicar el binarismo del estereotipo materno en la narrativa del cine mexicano realizado por varones, que iba de la madre “abnegada” a la madre “prostituta”, sin matices o complejidad.
Las películas de María resultan muy íntimas y acuerpadas, pues en cada película aborda el tema de raíz y con un exhausto trabajo de campo previo, por ejemplo, en su película El jardín del Edén (1994), situada en la frontera norte del país, incluyó a actores naturales y a indocumentados de la frontera con la intención de darles el dinero que se les pagaría a los extras. Finalmente, su película, Las buenas hierbas (2010), surgió de la necesidad narrar la historia de su madre, en un ambiente íntimo y con un crew de alumnos suyos.
Los huecos temporales en su filmografía tienen que ver con su necesidad de conectar con su familia tras algún rodaje, además realiza una observación muy importante en una entrevista con Óscar Uriel: “mis colegas, mis amigos directores, llegaban exhaustos de un rodaje y llegaban a descansar, y su mujer les protegía diciéndole a los niños, dejen descansar a su papá que viene muy cansado… y yo regresaba a hacer los lonches, a revisar las tareas, a oír varios reclamos, a sentirme culpable y agarrar trabajo otra vez a la mañana siguiente, y eso por lo menos ha hecho que filme menos, porque si se tarda uno más en llevar los dos niveles de vida…”.
Las landetas y el cine de mujeres hoy
El Centro de Capacitación Cinematográfica además de gestar a muchos de los cineastas que son referentes en la filmografía nacional, también gestó a la colectiva feminista Las landetas, nombrándose así por Matilde Landeta, las cuales se organizaron para realizar un tendedero de denuncias intergeneracional, en cuya denuncia virtual a través del formato de una galería se exhibe a los cineastas acosadores y violentadores sexuales.
El cine narrado y realizado por mujeres, aunque ya es más vasto y variado, no es menos desigual en cifras y exhibición/distribución, no obstante, es una alegría que, a pesar de la pandemia, por ejemplo, el largometraje de Fernanda Valadez, Sin señas particulares (2020), esté accesible en distintas salas comerciales cercanas a la gente.
Por fortuna existen más mujeres directoras del siglo pasado y contemporáneas de las que pude nombrar en este texto, al igual que cinefotógrafas, guionistas o cualquier mujer de los distintos campos creativos de la realización cinematográfica. Me parecía (parece) importante reivindicar y nombrar a estas mujeres que fueron eclipsadas por la industria misógina y que aún así, con distintas contra narrativas y otras tantas brechas, lograron darnos una mirada distinta, oprimida, identificable y necesaria.