La promesa de la modernidad dejó un legado lleno de eventos que marcaron  la historia de la humanidad, como el rastro de un tractor que pasa sobre la tierra, dejando su huella en un bosque aplastado por la idea infinita del progreso. Este periodo se puede ver representado en  Frankenstein, de Mary Shelley; y en Juan Darién, de Horacio Quiroga

A través de estas historias, podemos ver los elementos constitutivos de un periodo extraño, que dio paso a uno más aterrador e incomprensible (la posmodernidad) y que invita a cuestionar ¿cómo nacen “los villanos”? Y no es, acaso, la modernidad, ¿creadora de sus propios demonios?

Frankenstein plantea un contraste llamativo en cuanto a los alcances del conocimiento y el hambre del ser humano por desentrañar aquello que, tal vez, deba permanecer oculto. 

En El Espíritu de la Ilustración Tzvetan Todorov habla sobre uno de los posibles orígenes de la modernidad, el cual se remonta al siglo XVIII, con la época en la que el ser humano sustituyó el lugar de Dios por el de la razón, antecedente que le dio a la ciencia y, a la idea del progreso, el lugar de agentes transformadores. Una idea de avance que prometía el cielo y las estrellas, el encanto adictivo de una expectativa que se dio de bruces con la nebulosa condición humana; una situación con efectos imprevisibles.

El personaje de Víctor Frankenstein representa este espíritu ilustrado, alguien fascinado con la idea de descubrir los secretos de la existencia a través del tesoro privilegiado del conocimiento, otorgado por la posición de ventaja dentro de la cadena alimenticia humana, en la que la suerte juega como en una partida de póker; donde el sistema pone las reglas del juego e implanta la raíz de los vicios decadentes que se impregnan en la sociedad.

Víctor jugó a ser Dios, fabricó vida a partir de su ambición y, al ver los resultados, este quedó aterrorizado. Pero, tal vez, no por el aspecto zombi humanoide de su creación, sino por la ansiedad de pensar en lo que le deparaba el futuro al moldear su propia tumba. 

La ansiedad que sufre Víctor se te mete a la piel como arañas que inundan el cerebro, creando telarañas de posibilidades con consecuencias difusas. Esta situación se puede comparar fácilmente con el horror de la explosión provocada por la bomba atómica durante el siglo XX. Algo que deja ver cómo la noble empresa de la ciencia no es capaz de previsualizar sus efectos a largo plazo. La chispa hace lo suyo y da lugar a la llama, pero lo que se hace con esa flama, a partir de los intereses que juegan dentro del sistema, puede resultar en una quemadura de tercer grado que encuentra su destino en una tumba. La criatura de Frankenstein no pidió nacer. Vio la luz en una habitación a oscuras, solo y abandonado, como un experimento a la espera de ser asignado con un propósito. Su soledad lo llevó a aprender desde la distancia, a partir de la observación y la indagación, tal como su creador  al momento de manipular cadáveres para fabricar su carne. Su nacimiento no fue el más glorioso, pero tal vez sí el más noble por la fascinación y el cobijo que encontró en lo mundano, en la propia naturaleza que lo arropó hasta el final.

El encanto de la criatura por la música creada en la orquesta de las aves del bosque, así como  el acompañamiento invisible con las personas que observó durante mucho tiempo, lo forjaron para construir una identidad que soñaba con la comprensión y el sentido de pertenencia. Sentimientos meramente humanos, que solo encontraron tragedia desde el momento en el que la criatura abandonó la cómoda cueva de la ignorancia, para enfrentar un mundo que no hizo más que rechazarlo, al no alinearse con una imagen predeterminada acerca de lo considerado como humano. 

Este rechazo dio paso a un “villano”, alguien que tomó la llama para quemarlo todo. 

La criatura de Frankenstein y Juan Darién, el peligro de la incomprensión

En Juan Darién la historia se repite, con un personaje que no encaja, dentro de un mundo que busca desenmascararlo y encasillarlo en un estereotipo conocido que no perturbe el orden. El sistema está en alerta ante lo desconocido, la apariencia felina de Juan Darién y su personalidad noble son elementos provocadores que no buscan serlo. Él fue acogido por una madre bondadosa y marcado por una profecía que jamás pidió.

Al tomar en cuenta los antecedentes de Horacio Quiroga, en cuanto a su vida personal, con tendencias a alienarse de la ciudad y del sistema moderno, es lógico pensar que se proyectó en Juan Darién por la tragedia en la que nace y la tragedia en la que fallece. La naturaleza juega un papel crucial porque, dentro de la historia, el círculo se cierra con el regreso a lo “salvaje”. Lo anterior, bien podría asemejarse a la influencia del ser humano en el medio ambiente que habita y su huella imborrable que la naturaleza no olvida. 

Juan Darién es un personaje que busca la pertenencia y la aceptación, probablemente la criatura de  Frankenstein pudo haber encontrado en él al amigo que nunca tuvo. 

El rechazo de estos personajes, por parte de la sociedad, pueden aterrizarse en la colonialidad del ser que propone el grupo MC (Modernidad/Colonialidad), en cuanto a una de las perspectivas filosóficas sobre la modernidad en América Latina. Las personas que los rodearon les temían por alejarse del modelo subjetivo implantado a partir del desarrollo de la ciencia y los frutos de la colonización, por alejarse de aquello que les era agradable y familiar, por no decir “civilizado”. 

Lo anterior también nos habla sobre la intolerancia imperante de los tiempos modernos, la falta de empatía por entender “la otredad” y dar por sentado patrones que el sistema imprimió en nuestro ser, como copias que salen sin cesar en la papelería, donde las manchas de tinta o las rayas de tigre son errores que necesitan ser corregidos. Es interesante que la criatura de Frankenstein y Juan Darién compartan el elemento del fuego como símbolo de destrucción y venganza. La llama robada por Prometeo se convierte en la destrucción de aquellos que la manipulan.

Actualmente, con el desarrollo de la inteligencia artificial, los creadores pioneros de esa rama tecnológica se han pronunciado para prevenir sobre los alcances de dicho fuego, alcances de los que se tiene cierta previsión, pero que, una vez más, podría desembocar en escenarios imprevisibles

Víctor llama demonio a su propio hijo, Juan Darién es torturado hasta transformarse en una bestia hambrienta de venganza. Ninguno de ellos pidió nacer. El desarrollo de sus historias demuestra que, aquellos a quienes consideramos villanos, tal vez no lo son realmente. Lo que queda claro es la influencia de la sociedad a la que pertenecían, para así ser orillados a la tragedia, una de las crisis más palpables de la modernidad que se ha extendido hasta nuestros días. 

En una realidad tan gris, cabe preguntarnos el lugar que se le da a aquellos que son considerados como villanos. Si desde la antigüedad nos ha encantado contar el mundo a través de historias, entonces ya hay una narrativa con ciertas tendencias a la manipulación. En las noticias hay buenos y malos, pero, reducir problemas tan complejos a discursos sencillos, es no querer ver la realidad tal cual se muestra. 

La modernidad dejó un sinfín de personas vestidas y alborotadas por las mieles de sus promesas. Un proceso que orquestó sus propias desgracias, a “Frankie” y Juan Darién como personajes esencialmente humanos, ahogados en sus sueños, ambiciones y tragedias.