Con una premisa sencilla que nos lleva a conocer una historia llena de comedia, momentos dramáticos, un toque de crítica social y una emotividad alocada digna de un anime, la cinta surcoreana dirigida por Kim Ji-hoon es una grata sorpresa para las personas fanáticas del cine asiático. Desastre: 500 metros bajo tierra es un socavón de emociones que te llega al corazón de forma inesperada.

Las películas sobre desastres naturales tienen un atractivo interesante por las situaciones irreales y peligrosas en las que los protagonistas se enfrentan a situaciones de crisis que engrandecen la fuerza de la naturaleza. Pero son pocas las cintas que logran darle un giro inesperado a ese argumento tan desgastado y, afortunadamente, la obra de esta ocasión se convierte en una grata sorpresa que te mantiene al filo del asiento con personajes entrañables. 

El señor Park y su familia deciden mudarse a la capital de Corea del Sur porque consiguieron comprar un departamento después de mucho tiempo. Es aquí donde conocen al grupo de vecinos del complejo habitacional, conformado por personajes bastante peculiares, como una madre soltera que vive con su hijo, la típica abuelita tierna y el imperdible vecino “multitask” que es taxista, fotógrafo, electricista y todo al mismo tiempo.

De inicio encontramos una cinta inesperadamente ligera, en la que predomina la comedia, donde en ningún momento te hacen pensar en la tragedia que se avecina. Esto se contradice con los tráilers promocionales dónde te venden una película completamente diferente, situación que se puede entender si su propósito fue ocultar las sorpresas de la travesía. 

La historia se toma su tiempo para construir a los personajes con ritmo relajado. Conocemos las motivaciones del señor Park, la dinámica con su familia y las interacciones con sus vecinos a partir de una buena variedad de escenas divertidas. Con ello entran algunos personajes que sirven para liderar dichos momentos, de tal forma que les terminas agarrando cariño con el pasar de los minutos. 

Esto lleva a resaltar que la película se puede dividir en tres momentos que se complementan: uno en el que predomina la comedia, otro caracterizado por el drama y el peligro, y otro más en el que la emotividad está a flor de piel, donde los sentimientos de tristeza y alegría se hacen presentes.

Con un tono tan peculiar, resulta aún más inesperado que la historia tenga algunos puntos de crítica social, misma que está dirigida, principalmente, a los altos costos de la vivienda, los riesgos detrás de las construcciones irregulares en las grandes urbes y todo en un contexto que no se siente ajeno a lo que pasa en México. 

En general es fácil empatizar con la tragedia de los personajes al ver cómo pierden su hogar ante un desastre en el que podemos ver cómo no sólo está involucrada la naturaleza, sino también las instituciones de Corea del Sur y todo un modelo económico que endeuda a las personas hasta la tumba con tal de conseguir una casa, sin importar los vicios ocultos que llegan a tener los edificios habitacionales.

El momento en el que ocurre el desastre basa la construcción de la tensión en el montaje de escenas que nos dan pistas del inminente socavón. Sin embargo, las escenas creadas en computadora para presentar la caída del edificio no se ven nada bien. Los efectos visuales es uno de los aspectos más débiles de la película, pero que, afortunadamente, se salva con el diseño de los escenarios físicos, donde por momentos nos remonta a escenografías teatrales.

El recorrido de los personajes por el edificio tiene un seguimiento de cámara dinámico que ayuda a entender el desplazamiento de los personajes, algo importante para la trama puesto que, al quedar sumergidos bajo tierra, el desarrollo de la acción se torna frenético por la multitud de escombros y obstáculos que hay en pantalla.

Emocionalmente resulta encantadora, ya que los personajes que quedan atrapados en el hoyo expresan su miedo ante una posible muerte y se presentan eventos dentro del edificio destruido que intensifican la emotividad. Esto sin contar a los familiares que esperan el rescate de sus seres queridos; los rostros de desesperación e intriga son conmovedores y construyen bien una espera que se hace eterna. 

Al final esta película sorprende a varios niveles, es una historia sencilla, se siente completamente ligera y el tiempo se pasa como agua. Creo que es un buen ejemplo del tipo de narrativas y personajes que se pueden encontrar en el cine asiático, con un manejo conmovedor de los sentimientos, un estilo de comedia que funciona y que te toma por sorpresa, así como la resolución de momentos clave con ideas creativas con la dosis exacta de locura.