Tu amigo y tu mamá morirán pronto. Uno vive cerca de ti, en Amsterdam pero tu madre habita del otro lado del mundo, en la Ciudad de México. Te cuesta entender por qué ambos te pidieron que filmaras sus últimos días pero lo haces y no exactamente a suerte de un archivo familiar o íntimo, sino para mostrarlo con el mundo, con todos los procesos de producción y distribución que esto implica.

¿Qué clase de testigo eres al hacer esto? ¿Han hecho algo de esto antes? Recuerdas tal vez el documental alemán en el que se filman los últimos momentos de un hombre con cáncer. ¿Pero quién grabó eso? No sabes si la persona detrás de la cámara o de la narrativa tenía algún tipo de vínculo que sobrepasara la mera empatía.

Tu dolor habita en los vuelos de Holanda a México, habita a través de un lente. No sé qué pienses de este recuerdo digital que se está gestando, pero ¿realmente volverías a verlo? Tantas preguntas y particularmente el por qué no tiene respuesta, aunque esté repleto de lágrimas.

Tal vez te ayudaría leer a María Luisa Puga y su Diario del dolor, tal vez podrías entender mejor a quien tienes de frente. Detrás de la cámara solo esperas, mientras presionas el botón de la cámara y torpemente tratas de buscar un buen ángulo, esperando que el lenguaje cinematográfico en tu inconsciente te perdone la construcción plenamente cuerda.

Gina Coppe

Tu madre tuvo una serie de infartos cerebrales y parece que sus secuelas le permiten alargar las palabras antes de que deje de decirlas en lo absoluto, como si las saboreara y éstas permearan su lengua por última vez. Mientras la filmas, tú y Lupe, su enfermera, se cercioran de que se tome esos pequeños trozos de ácido acetilsalicílico y esas diminutas pastillas que la mantienen viva.

Ya la habías filmado antes, con tu padre, en ese documental en el que la frase de Rocío Dúrcal pareciera ser la premisa: la costumbre es más fuerte que el amor. Y ahora tu madre confiesa una serie de cosas: le alegra que su esposo esté muerto. Habla de Jacobo, un judío que fue el amor de su vida, mientras sostiene una foto de él con su última novia, tachada con plumón rojo.

Te habla y se habla también a través de las fotos que te muestra, habita de nuevo sus llantos, habla del miedo y del no miedo que siente de irse. Se lava los dientes cada vez con menos fuerza mientras en el espejo un post it con el poema de Amado Nervo trata de convencerla de que ella y la vida están en paz, pero eso nunca lo sabremos.

 Danniel Danniel

Danniel y tú se dedican a lo mismo. Él, como tu madre, se construye a sí mismo con fotos y con recuerdos muy específicos de su infancia, de su madre, de su asma. Se mira apacible, tranquilo, confiesa que su tranquilidad le ayuda para tranquilizar a los que “se quedan”, ¿lo logró contigo, aunque sea un poco?

Sobrepones imágenes de algunos témpanos de hielo, tan próximos a dejar de existir también, tal vez mientras te impregnas de muerte, tu documental retrata más muerte de lo que imaginaste, como un caleidoscopio en el que muchxs podemos reflejarnos cuando no podemos escapar de ese lugar tan asfixiante, sin ventanas.

A tu amigo le gusta creer que una secuencia sin cortes es como dilatar el tiempo, como si de esta manera pudiera percibirse lo absoluto de un instante. La infancia de Daniel pareciera eso, como un tiempo dilatado y digno de revivirse, con una sonrisa, o no.

Le preguntas a Danniel, ¿recuerdas la última vez que estuviste en contacto con lo verdadero? Se lo preguntas quizá en una torpe necesidad que te corrobore que lo que quedará en el video no es una ficción como te gustaría, porque tal vez el proceso de la muerte pueda ser lo menos verdadero y el más terrible de los hechos. 

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El espejo y la ventana es dirigido, filmado y editado por Daniel Gutiérrez y forma parte de la sección Ahora México, de la doceava edición del FICUNAM. Checa la cartelera aquí: https://ficunam.unam.mx/calendario-de-peliculas-ficunam-12/