Tár, la más reciente película del estadounidense Todd Field, indaga en el incuestionable brillo y decadencia de Lydia Tár -interpretada sin igual por Cate Blanchett, una directora de orquesta cuya carrera es impresionante, llena de talento, estilo, premios y elogios. Lydia está en la cumbre de su carrera y se espera con ansías su reinterpretación de una pieza de Gustav Mahler, su inspiración e ídolo más grande. Las expectativas más que nunca le posan la mirada, mientras la cordura y la vida privada de Lydia le comienza a tambalear de forma progresiva y cada vez más brusca.

Todo inicia con la construcción del mito: a través de una entrevista, se nos da santo y seña de la vida erudita de la Tár y los innumerables logros que han atravesado sus experiencias musicales. Después de esta primera secuencia apabullante, podemos ver un indicio de que la cautivadora entrevista no es más que una construcción precisa y perfecta de su vida, orquestada y ensayada por su asistente.

Detrás de la sublime existencia de Lydia, además de su asistente, interpretada con una sensibilidad conmovedora por Noémie Merlant, está su esposa, interpretada por Nina Hoss y una lista de personas con las que nos queda claro desde un inicio que la vida alrededor de la directora de orquesta está casi predestinada y a la orden para ella y sus deseos.

No obstante, durante el proceso de preparación de la pieza, algunos aspectos de su existencia comienzan a desmoronarse, quizá no hay un punto narrativo en el que se pueda identificar un quiebre absoluto, sino más bien son varias paredes viniéndose abajo sin un orden aparente. Las relaciones interpersonales de Lydia sin duda radican en una verticalidad en donde ella está en el lado superior. Además, como espectadorx se corre el riesgo de romantizar al personaje de Blanchett por su envolvente y cautivadora personalidad, cuya nula empatía es el factor principal que causa el derrumbe de las múltiples paredes.

Algunas situaciones que se salen de sus manos y comienzan a preparar su declive público e interno son su posible manipulación sexual con jóvenes intérpretes, aunada a una exhibición en redes sociales en la que se le ve ejerciendo pedagogías de la crueldad, entendiendo a éstas como una enseñanza que normaliza la violencia y perpetúa las incuestionables jerarquías de poder.

Lydia Tár no deja de descender a las profundidades de las situaciones que no halla cómo solucionar. Una cara destrozada por el pavimento ante un miedo sin escapatoria aparente, un equipo a todas luces traicionado por un capricho que le salió mal y una dosis desmedida de fármacos, hacen que la protagonista se zambulla en la desesperación de una inexistente estabilidad.

Todd Field nos pone en pantalla a una magnífica Cate Blanchett que quizá recuerda a su experimental trabajo en Manifesto (2015), por el magnífico trabajo y expresión corporal que logra. Asimismo, nos invita a complejizar los rituales, los ensayos, los mitos, las denuncias y nos brinda un acercamiento a la forma en la que las personas blancas y privilegiadas recurren a lugares precarizados para reconectar consigo mismes, recolectar inspiración y hacer arte para quien pueda pagarlo.

Las y los personajes, apenas con unos pincelazos de su existencia, nos dejan ver la complejidad de sus existencias y el cómo las relaciones se entretejen aunque no podamos ver su impacto en la cotidianidad. Tár es un viaje a las profundidades de un mito, para dejarnos mirar en los claroscuros de aquello que nos deslumbra y nos conmueve en lo más profundo.