“No estoy aceptando las cosas que no puedo cambiar, estoy cambiando las cosas que no puedo aceptar”.

Angela Davis

Es común tener un color favorito. Habemos quienes elegimos el tono de acuerdo a su uso. Por ejemplo, siempre he creído que el azul marino junto al caqui es una combinación clásica y que nunca falla en la vestimenta. El turquesa me encanta porque me recuerda al mar pero para el calendario mi favorito es el Día Naranja, aunque también es el más detestado.

Desde 1999, la Organización de las Naciones Unidas decretó el 25 de noviembre como el  Día Internacional para la Erradicación de la Violencia contra las Mujeres. Sin saberlo y a mis escasos 10 años, la ONU le dio un nuevo significado al día y al color que lo representaría, aunque me tomaría tiempo entenderlo.

El naranja ya no sólo sería el distintivo de las mandarinas o la flor de Cempasúchil, sino que se convirtió en el tono de las prendas y del moño que hay que portar para visibilizar, reflexionar, exigir política públicas, prevenir y erradicar la violencia de género a la que millones de mujeres y niñas de todas las latitudes del planeta están expuestas.

Hoy, el naranja me evoca sentimientos encontrados. Es difícil aceptar que los pasos hacia una vida digna para todas las mujeres han sido pocos, insuficientes. Erradicar la violencia hacia nuestro género demanda el derrumbe del machismo. Las acciones para lograrlo son exhaustivas porque vivimos en un sistema patriarcal que se resiste a morir.

“El feminismo es una forma de vivir individualmente y de luchar colectivamente”.

Simone de Beauvoir

Pero, ¿dónde radica ese sistema? ¿A quienes afecta el machismo? ¿Cómo identificar las conductas machistas? Tener las respuestas es fundamental para entender lo que hacemos como feministas. Y es que alrededor del término no sólo hay mitos, sino que se han creado estigmas que ponen en peligro la fuerza del  movimiento.

No hay respuestas obvias, mucho menos universales. La lucha es individual y comienza cuando volteamos a nuestro propio interior. No sólo los hombres pueden tener conductas machistas, las mujeres también crecimos en una sociedad que nos enseñó a juzgar las acciones en función del género. Clasificamos prendas, objetos, colores, hasta actividades con base en ese criterio.

La violencia no se escapa de estas concesiones. “Tú que vas a saber si eres mujer“, “calladita te ves más bonita”, “Seguro estás en tus días”, son frases que vulneran a la mujer; le restan valor a sus ideas, opiniones y sentimientos e incluso la invalidan. Pero las palabras parecen no ser alarmantes, incluso hay quienes alegan que llamarlas conductas violentas es una “exageración”.

La cosa cambia para las mujeres. Un simple “no” dirigido a un hombre es inaceptable. Exigir igualdad o poner límites es ser “feminazi”. La lista, lamentablemente, continúa. A los hombres se les celebra la sexualidad, a las mujeres se les juzga a partir de ella. Si la gozamos se nos cuestiona la moral, si nos reprimimos somos mojigatas. Sueldos desiguales, espacios poco seguros, etc, etc, etc,.

“A las niñas les enseñamos a encogerse, a hacerse más pequeñas. Les decimos: Puedes tener ambición, pero no demasiada. Debes intentar tener éxito, pero no demasiado, porque entonces estarás amenazando a los hombres”

Chi­ma­man­da Ngo­zi Adi­chie

Las violencias no necesariamente significan una agresión física, pero igual son acciones que no permiten el desarrollo pleno de las mujeres. Reconocer la situación no sólo es un ejercicio de exposición o de denuncia; es el primer paso para identificar aquello que debemos transformar en nuestra cotidianidad. 

El universo de las artes no es la excepción. Si bien en los últimos años hemos visto a las mujeres coronarse en ámbitos como el cine, el teatro y la música, es evidente que estamos lejos de la equidad. Hacen falta espacios de formación libres de acoso, crear nuevos modelos y abrir oportunidades. 

Las representaciones son un tema igual de relevante pues a partir de ellas es que se imponen paradigmas y se normalizan esquemas. No necesitamos más representaciones de amores sin responsabilidad afectiva, pero sí más heroínas. Nos sobran modelos que cumplan el canon hegemónico, pero nos faltan protagónicos que atiendan a la variedad de cuerpos en sus formas, colores y estilos. 

Como consumidores necesitamos optar por los contenidos que “forzados” o no, invitan a crear nuevos paradigmas de género, raza, orientación sexual, religión. La diversidad no sólo radica en los números de una nómina, sino en la perspectiva de las historias, de sus protagonistas y del tratamiento que se le da a un tema. 

Dejemos que las niñas vean teatro, cine, fotografías, letras donde encuentren confort. Sin modelos específicos de belleza, sin crearles expectativas que se conviertan en cargas a los hombros. Donde vean un trillón de posibilidades y caminos para ellas. Donde lo único que se normalice sea la libertad.

Necesitamos que las artes contribuyan y se sumen al Día Naranja. Necesitamos que todos los días sean naranjas; hasta que este color no signifique nada mas que el sabor de un jugo. Urge que se le reconozca sólo como un color alegre, jovial y que la violencia deje de ser la normal para convertirse en la excepción. 

“El feminismo es la idea radical que sostiene que las mujeres somos personas”.

Angela Davis

Mientras eso sucede, en Bogart Magazine seguimos trabajando para que más mujeres sigan abriéndose camino en nuestras páginas. Para que más mujeres como Alejandra Marquez Abella o Jimena Saltiel sigan figurando en nuestras portadas. Repensamos nuestros contenidos para darle voz a las feministas que la tienen muy clara.

Hoy más que nunca celebro a las mujeres que con su fortaleza, resilencia y sensibilidad han caminado junto a mí en Bogart Magazine, que las plumas y las voces de Amanda Viveros, Avanghy Betancourt, Gabriela Morales, Laura Hernández, Mariana Torres, Mariela Arroyo, Melisa Tovar, Natali Osnaya, Ofelia Correa, Rebeca Pantoja y Verónica Cerón sigan haciendo eco, sigan inspirando.

Desde nuestra trinchera ponemos un grito de arena, no sólo los 25 de cada mes. Sino los 365 días del año, porque la lucha sigue. Como dijo la escritora Audre Lorde:

“No seré una mujer libre mientras siga habiendo mujeres sometidas”.