La literatura es un espectro de la expresión artística que nos permite, mediante el poder de las palabras y el imaginario individual (y colectivo), idear mundos, historias, personajes y situaciones sin precedentes. Las palabras, como desperezándose de su siesta, parecen tomar vuelo a medida que ojos aguerridos las leen e interpretan a su antojo. Drama, romance, comedia, terror o suspenso: el límite de la imaginación se desdibuja a medida que nos vemos guiados por aquellas mentes brillantes y cautivadoras que encuentran en la escritura su profesión. 

Ahora bien, históricamente la mujer se ha visto relegada al olvido sin importar el campo en el que se desenvuelve, una sombra de su contraparte masculina que se alarga y estira con el afán de escapar de su hostil dueño pero que nunca lo logra. Servidumbre, solemnidad y sumisión. Ni en el arte más puro de la expresión del corazón encontramos respiro alguno. A la fecha, ciento dieciséis premios Nobel de Literatura se han entregado; únicamente diecisiete mujeres lo han recibido. No hay un sesgo tangible, la violencia invisible es la que más duele. 

¿Es que acaso en la historia no ha habido más mujeres que mediante sus palabras cautivaron los corazones de sus lectores?, ¿que merezcan la ovación y reconocimiento del público? Ya ni hablemos de las mujeres racializadas. Pero claro, si lo pensamos, la mayoría no podría ni nombrar al menos a 10 escritoras famosas en una misma exhalación.

Desde la niñez temprana se nos anima a leer. Que es un pasatiempo saludable. Que amplía los horizontes del conocimiento. Que impulsa la creatividad. Dickens, Cervantes Saavedra, Saint-Exupéry, Wilde, Paz, Rulfo, Camus, Kafka… la lista es interminable. Una Jane Austen es salpicada por aquí y por allá, acompañada de una Shelley si es que el profesorado se ve audaz. La falta de integración de voces femeninas en nuestra formación repercute en nuestro desarrollo psicosocial y hace eco en las aspiraciones futuras de las lectoras. 

En las páginas, el mundo sigue en nuestra contra. Víctimas, acechadas por el terror de la violencia masculina. Encasilladas en arquetipos inocentes y puros o malévolos, monstruosos; nunca hay espacio para la escala de grises. Si es débil, debe ser protegida. Si es fuerte, temida. El rechazo al que se enfrentan nuestras protagonistas al escapar de la dualidad polarizada en un mundo de hombres nos otorga, como resultado, a una tergiversada Lolita y a una Ofelia en pena. 

La manic pixie dream girl (MPDG), acuñada así por el crítico de cine Nathan Robin tras su análisis crítico del filme Elizabethtown (2005), es un arquetipo que marca claras pautas de género. El propósito de nuestra MPDG es el de sacar al pobre diablo principal de su monotonía; este hombre es un alma depresiva cuya vida cobrará sentido tras su relación con la MPDG: ella es misteriosa, audaz, sabe lo que es vivir. Excentricidad exuda por sus poros. 

Sin embargo, no posee desarrollo alguno. Nuestro conocimiento acerca de esta se limita a la percepción distorsionada y fantástica de un hombre que la idealiza. Ella, por su cuenta, no se sostiene como personaje. Dependemos de nuestro protagonista para que ella sea. Midori en Tokio Blues, Alaska Young en Buscando a Alaska o Sam en Las ventajas de ser invisible son algunos ejemplos que podemos encontrar.   
Women in refrigerators, o bien “mujeres en la nevera” no es nada más que una forma de describir a todos aquellos personajes femeninos relegados al sufrimiento para el desarrollo del protagonista masculino. Gail Simone, quien dio vida al término, recopiló una lista de los personajes femeninos que han tenido la lúgubre suerte de ser meros recursos narrativos para impulsar a un hombre en su sitio web.

Si bien este término nace en el seno del mundo de los cómics no se limita a este medio. La narrativa épica o romántica donde se busca la glorificación del hombre y la dignificación del sufrimiento femenino es sin duda alguna un buen lugar en donde buscar esta violencia “invisible”.  

Y ni hablemos del desprecio hacia las mujeres exitosas en la literatura y su “women-driven narrative”. El ascenso sin precedentes de la literatura de ficción o distopía Young Adult (YA) durante los 2010s ha sido tanto alabado como criticado. El éxito en taquilla de la adaptación cinematográfica de “Balada de pájaros cantores y serpientes”, precuela de la aclamada trilogía literaria Los Juegos del Hambre, por Suzanne Collins, no es más que el ejemplo más reciente del poder de la literatura juvenil. 

Las distopías o ficciones YA en las que chicas jóvenes se ven envueltas en entramados políticos y sociales con romances de por medio fueron aplaudidas con fervor en la época por las lectoras que veían más que a la damisela en peligro siendo plasmada una y otra vez en los libros. Divergente, Los Juegos del Hambre, La Reina Roja, Trono de Cristal, Cazadores de Sombras, etc. 

La lista se alarga de la fantasía al steampunk, de lo paranormal a lo medieval; las adolescentes tenían un refugio literario maquinado solo para ellas. Un mercado que no se había explotado antes fue súbitamente la mira de muchas casas productoras y es gracias a ello que tuvimos cuestionables adaptaciones a la pantalla chica o grande de la mayoría de los éxitos literarios de aquellos años.

Sin embargo, pese a probarse un público digno de atención, las burlas y el desprecio hacia este sector siguen vigentes. Muchos califican a este nicho literario como ridículo. Que no goza de profundidad, que no se puede considerar literatura. Porque, como siempre, aquello dirigido a la mujer (y escrito por mujeres), no vale la pena. 

Y es así que la condena de ser mujer se extiende hasta los rincones más inhóspitos entre el punto y coma y el siguiente renglón. Es cierto que hay un alza en el número de autoras que son reconocidas en la actualidad o de manera póstuma, pero ese techo de cristal que pareciese nunca romperse sigue pendiendo sobre nosotras, amenazante. No queda más que seguir difundiendo y apoyando a las muchas escritoras que surgen día con día. Es por ello que a continuación recomiendo una lectura que nos permite ahondar en las violencias invisibles, en el dolor integrado que supone el nacer mujer.  

Kim Ji-young nacida, en 1982 por Cho Nam-joo.

Un libro corto que sacudió a todo Corea del Sur debido a su crítica social y su perspectiva de género en la cotidianidad. ¿Por qué come primero el padre, seguido del hermano menor? Las migajas siempre serán para las mujeres.