Los niños son seres que se adaptan al mundo aprendiendo todo lo que ven de los demás, retienen todo lo que les dicen que es necesario hacer y lo guardan en los recovecos de su mente para atesorarlos como experiencias que serán de utilidad en el futuro. Su esencia inocente y feliz es una luz blanca que brilla con tanta dureza como la crítica que la obra, escrita por Suzanne Lebeau, hace al tema de la militarización de los infantes.

Foto de Mariana Mondragón

Dirigida por Fernando Santiago, El ruido de los huesos que crujen cuenta la historia de Elikia (Ana Ligia García), una niña que a los diez años es obligada a formar parte de un ejército integrado por una alianza rebelde que se opone a las fueras militares, sin embargo, tres años después, la luz de su infancia que fue apagada a partir de una formación sustentada en el odio, la humillación, la tiranía y en todo tipo de violencia, volvería a brillar tras encontrarse a Joseph (David Calderón).

Joseph es uno de tantos niños raptados que desata en Elikia, quien ya estaba armada con una kalashnikov, un sentimiento de identificación que detonaría en el escape de la protagonista junto con el niño. Ambos personajes, vestidos del típico verde militar, narran en un escenario oscuro y con sombras boscosas su propia experiencia de liberación y perder el miedo a ser raptados nuevamente.

Foto de Mariana Mondragón

Los detalles de la vida de Elikia, sus experiencias y sus más profundos deseos, van a cargo de Angelina (Luisa Huertas), enfermera que cuidó y escuchó de la protagonista, quien le pidió un cuaderno para liberarse totalmente de toda su pesadumbre. De modo que los tres personajes cuentan una historia, un universo cuyo centro es la adolescente de 13 años.

La enfermera Angelina se encarga de contar la historia de Elikia para los medios en una pequeña mesa de madera, detrás de ella, se observa la recreación de la aventura del escape, en donde Joseph, niño temeroso, inocente e inseguro; Tiene que soportar la educación fuerte y rígida que le impone la muchacha.

El trato despectivo que recibe Joseph no se compara con el pasado de la protagonista. Su niñez le fue arrebatada de la manera más inhumana solo para concebirla como un elemento más de la tropa, ése es el mensaje que transmite la obra, las consecuencias de reunir niños a la guerra y su proceso formador es tan grave como la guerra misma.

Foto de Mariana Mondragón

Primero rompe el paradigma que enuncia que siempre hay buenos y malos. Cuando de violencia se habla, ambos bandos son deleznables. Tanto ejército como oposición hacen uso del abuso de poder para despedazar física y mentalmente a quien se le ponga enfrente, los derechos humanos se convierten en un cuento de hadas de mal gusto y la enseñanza principal es el uso de armas para que el asesinato sea algo cotidiano y divertido.

La obra señala las armas como el objeto de poder, quien la posee, puede dar órdenes a los subordinados, en caso de no cumplir se corre el riesgo de morir acribillado. Elikia también se vale de este fundamento, amedrentando a Joseph a seguir sus mandamientos, sometiéndolo con agresiones verbales y físicas.

Finalmente plantea una problemática más ¿qué hacer para reinstalar a niños que han atravesado por dicha atrocidad? Pero lo alarmante aquí es que dichas personas no saben hacer otra cosa que ver al mundo con el odio y la capacidad de propagar miedo, porque eso fue lo que aprendieron, en este punto radica la relevancia de la obra.

La violencia y la guerra son males en este mundo, los niños junto con la educación son un eje de desarrollo invaluable para la sociedad, si los llevan a un conflicto bélico para quitarlos de su luz que los caracteriza, los torturan para aprender a masacrar a sus rivales, los amenazan con fusiles para hacerlos entender que un arma es objeto de poder y les haces creer que matar es algo común, entonces obtendremos una sociedad que retrocede a lo salvaje.

Foto de Mariana Mondragón

Elikia es una víctima más del fenómeno, aun así, un pequeño destello de amor suscitado en Joseph fue suficiente para hacerla reaccionar. Los últimos cinco años de su vida estuvieron llenos de dolor, de miedo, de arrepentimiento, sufrió cosas a las que seguramente aún no les conocía un nombre, eventos traumáticos que la hicieron una mujer prematura de pocas palabras, pero de un enorme corazón para escribir su vida.

Estas son algunas reflexiones que El ruido de los huesos que crujen nos hace pasar mediante grandes actuaciones y un diálogo lleno de metáforas que, sin duda, conmoverá a los visitantes. Las funciones se llevarán a cabo jueves y domingo del 7 de mayo al 11 de junio en el teatro Julio Castillo del Centro Cultural del Bosque, ubicado en el Auditorio Nacional.