‘’La infancia, suma de las insignificancias del ser humano, tiene una significación fenomenológica propia, una significación fenomenológica pura, puesto que está bajo el signo de la maravilla’’.

Gaston Bachelard

¿Qué acontecimiento ocurrido durante la infancia puede marcar de por vida a un ser humano? La respuesta a esta pregunta es la brújula que guía la narrativa de Algodón de azúcar, una obra de teatro, dirigida por Gabriela Ochoa, que nos presenta a Magenta, un adulto que ronda los 40 años de edad, quien aparentemente padece de malestares cognoscitivos que le ocasionan desorientación y pérdida de la memoria a corto plazo, mismos que, a su vez, parecen materializarse.

Cansado, confundido y sofocado por sus propios pensamientos, la cabeza de Magenta se convierte completamente en un circo lleno de atracciones con vívidos colores pero con un trasfondo psicológico que contrasta con los juegos de luces que apoyan a la obra. Dispuesto a hacer lo que sea necesario para librarse de esta carga, Magenta emprende un viaje de introspección que el espectador vive en primera persona permitiéndole observar su infancia.

Sin embargo, el protagonista es guiado en todo momento por tres payasos del circo, quienes presumen conocer al hombre incluso mejor de lo que él se conoce a sí mismo. Apoyados por el cinismo, la burla, el sarcasmo y dándole una pequeña posibilidad de esperanza para sentirse mejor, convencen a Magenta de iniciar el viaje que terminará por cambiar su vida a partir de otorgarle una nueva visión de su mundo inmediato, a la vez de conocerse a sí mismo con mayor profundidad.


Algodón de azúcar abre las puertas de la introspección con una propuesta dinámica a través del tiempo, recorriendo momentos que en la vida de un infante pueden ser días felices, así como otros que no tanto. La narrativa aborda los traumas y sus efectos a corto, mediano y largo plazo, provocando un efecto dominó, condicionando la vida de una persona, convirtiendo su cabeza en un circo que quiere abandonar, pero al cual necesita hacerle frente para liberarse de aquello que lo atormenta.

La obra explora desde lo onírico las experiencias de Magenta como niño y permitiendo al espectador conocerlo desde distintos puntos de vista al ubicarlo en situaciones contrastantes. Sin embargo, poco a poco la historia se va acercando hacia el punto clave y posibilita entender al protagonista en su actualidad a partir de haber revisado su pasado, provocando empatía y mucha sensibilidad.

Con una escenografía protagonizada por cuartos de una casa de dos pisos, un juego de luces apegado al ritmo de la obra, sonidos envolventes y unas actuaciones que hacen sentir al espectador como si también estuviera dentro de la cabeza de Magenta, Algodón de azúcar brilla por su propuesta dinámica y visibiliza el arrebato de la inocencia en el duro contexto de un niño que busca liberarse de su tormento.