I.  Autorretratos, reconocimiento animal.

Pájaros en los ojos desgarrándole la mirada, serpientes saliéndole de la boca con un gesto de leve regocijo, casi recordando a Posesión de Żuławski; pequeños caracoles marinos posados en su piel, un pescado cubriéndole la boca, después otro pájaro tapándole los ojos. Siempre pájaros en los ojos, siempre pájaros.

“Al tomar yo mis fotografías y revelarlas, estos personajes son parte de mi mundo de imágenes, ya la realidad para mí incluso cambió porque no es la realidad, es la realidad que yo vi, que yo me imaginé y la realidad, digamos, la fantasía”, cuenta Graciela Iturbide a propósito de un sueño en el que su estudio se quemaba y los personajes de sus fotos podían salir del papel fotográfico a pie. Tal vez si se considera a sí misma como a uno de sus personajes, quizá el acompañamiento interespecie le ha resultado de ayuda para reconocerse en las múltiples realidades de su vida.

 

I. Juchitán y los Seris

A principios de los 70, Graciela de entonces 28 años, fue contratada para hacer un libro sobre la comunidad Seri en el desierto de Sonora, casi colindante con Arizona. Cuando Graciela llegó, notó una peculiaridad, las personas eran fans de Rigo Tovar y hacían caravanas en el desierto escuchándolo en grabadoras, vestidos de gala. Una anciana Seri, con un pañuelo envuelto en la cabeza y con unos cactus dándole profundidad a su mirada, resulta una premonición visual quizá, de la mítica poeta Cesárea Tinajero, creada por Bolaño.

Graciela afirma que para crear un buen retrato se necesita complicidad y confianza, por lo tanto, para crear ese vínculo, para estas series de fotografías icónicas vivió con los Seris un tiempo y les acompañó en su día a día. En una de las caminatas que hizo con ellos, tomó la legendaria foto de La mujer ángel, que retrata a una mujer Seri de cabello tan largo que se enreda en una roca mientras carga en la mano derecha una grabadora. Es de las pocas fotos con movimiento de Graciela, porque realmente no fue intencional, no se había dado cuenta que la había tomado hasta que la vio en sus negativos antes de revelarla.

Este libro de fotografías por encargo cuyo propósito era meramente ilustrativo, Graciela lo dotó de complejidad, de alma y de cierta cinética, además de que comenzó a encontrar su estilo.

Años después, el pintor Francisco Toledo la invitó a Juchitán, un pueblo de Oaxaca al que Graciela visitó constantemente durante seis años. En ese lugar también habitó un tiempo en casa de las mujeres juchitecas, quienes le desarrollaron cariño y pudo desarrollar la confianza suficiente para tomar las fotos que conocemos hoy.

De esa serie destaca la icónica foto de Nuestra señora de las iguanas, quien más tarde se volvería un ícono importante en Juchitán, lugar en el que abundan iguanas, tanto en el guiso como en la leyenda. La señalización para llegar al pueblo tiene impresa esa foto que también ha sido rebautizada como “la medusa juchiteca”.

Aquella vez Graciela estaba en el mercado conviviendo con las mujeres y ayudándoles a vender, allá, las personas que venden transportan su mercancía en la cabeza, entonces de pronto llegó la mujer con iguanas en la cabeza y Graciela fue de inmediato, relata en una entrevista para el canal once, que esa foto resultó una genuina tregua del tiempo porque generalmente las iguanas estaban inquietas en la cabeza de la mujer.

Otra ocasión, Graciela estaba en una cantina y un muxe le pidió que le fotografiara. Cuenta que le pareció magnífico que una persona le pidiera un retrato porque su personalidad podía relucir de forma más genuina. En el libro Juchitán de las mujeres se puede encontrar la serie de fotografías de este viaje acompañado de un texto de Elena Poniatowska. 


I. Niños muertos y el inicio de los pájaros

A finales de los 70, Graciela tuvo una fijación de retratar niños muertos en pequeños féretros repletos de flores. Su necesidad de retratar y seguir de cerca la muerte prematura viene quizá de la muerte de su hija Claudia a los 7 años.

En un panteón de Dolores Hidalgo, Graciela vio a un señor cargando el féretro de su pequeño hijo y le pidió permiso para seguirlo y fotografiarlo hasta el funeral, el señor accedió y recorrieron ese lugar de tumbas hasta que a lo lejos vio un cuerpo sin féretro, solo y sin rostro. En el piso yacía un señor con la cara carcomida y el cuerpo intacto, Graciela comenta que aquella fue una señal definitiva para darse una tregua con la muerte.

Pocos pasos después de quedar anonadada con esa escena, la fotógrafa relata que una parvada de pájaros inundó el aire y en mientras ese manto de aves cubría el momento, también cayó en cuenta ellos habían sido la razón de la cara destrozada del señor y les llamó “los pájaros de la muerte”.

Desde aquella vez y con ese oscuro acercamiento a los pájaros, Graciela decidió resignificarlos y comenzó a retratarlos casi de forma obsesiva, de hecho, tiene tres libros sobre ese tema. Una ocasión, antes de visitar una pequeña isla en Nayarit habitada solamente por pájaros y un guardián humano, tuvo un sueño premonitorio en el que un hombre le repetía constantemente “en mi tierra sembraré pájaros” y salían pájaros de la tierra.

Ya en la isla y cuando Graciela conoció al vigilante del lugar, cuenta “era increíble porque era el único señor que estaba ahí que cuidaba, pero incluso su saco tiene como alitas de pájaro y su pelito parecía de pajarito”.

 I. Ochenta años

Ochenta años han pasado desde que Graciela Iturbide nació, en una familia donde su padre era un fotógrafo aficionado y es ahí donde tuvo su primer acercamiento al oficio. Se casó a los 19 y pronto tuvo dos hijos y una hija. Después, cuando se enteró que existía una escuela de cine, ingresó de inmediato al CUEC, pero no terminó la carrera porque en una clase de foto conoció a Manuel Álvarez Bravo, su más profundo maestro, de quién aprendió sobre foto, naturalmente, del arte de todo tipo, de la vida y del tiempo.

En una de tantas entrevistas con canal once Graciela platica que tiene algo muy claro “… sin imaginación no pasa nada, hay que tener en la parte creativa imaginación y mucha disciplina, el día que no te sorprendas ya no pasa nada, entonces espero seguir teniendo muchas sorpresas en mi vida, para captarlas a mi manera.”

Un día le contó a Cristina Pacheco que alguna vez mientras tomaba una foto de unos pollos colgados, vio pasar a una pareja de novios de edad avanzada recién casados, detrás de ellos venía la madre de alguno y mientras caminaban una polvareda envolvente les acompañaba en su caminar, Graciela recuerda que aquella imagen rulfiana o neorrealista, quedó en su mente como una fotografía muy íntima y solo disponible para su memoria.