Para muchas personas la paz resulta algo tan efímero como la felicidad. La paz no es sólo ausencia de guerra, va más allá de creer que cuando las armas están enfundadas la armonía llega como por arte de magia. Entonces ¿qué es? ¿Cómo alcanzar esa eterna utopía que muchos gobernantes o líderes espirituales nos prometen?

A mí también me gustaría saber la respuesta. Aunque es verdad que la paz se construye, ya hemos vivido en carne propia que ni siquiera los tratados de paz o la firma definitiva que “concluye” una guerra han sido suficientes para que los resultados sean sinónimos de paz. Al contrario, los remanentes de la guerra, aunque permiten una reconfiguración, nunca traen tranquilidad a las casas ni a lo colectivo, y mucho menos al alma humana. 

Ahora pensemos en esa paz de lo privado, que nada tiene que ver con campos de batalla o con personas que desde un estrado enuncian torpemente promesas o caminos para alcanzarla. En el ámbito doméstico, ese concepto tan deseado también resulta una utopía para todo tipo de familias, para todo tipo de vínculos, y aunque sería muy surreal pensar en que se puede vivir en alguna especie de nirvana espiritual en la cotidianidad, la paz, pienso, tiene que ver con una forma creativa de resolver conflictos para evitar recurrir a violencias mortuorias de todo tipo. 

Honestamente, la cabeza me dio vueltas al reflexionar sobre la paz porque es un concepto que me es muy ajeno, tanto dentro de mi persona como a mi alrededor. Y aunque sigue siendo una ilusión para mí, no pude evitar pensar en una pista clave: la otredad. La aversión a las otras, a los otros, a les otres, la falta de interés en la escucha o atrevernos a mirar, nos limita a una construcción colectiva de todo tipo. 

Las personas estamos hechas de muchas otras más, sobrevivimos día a día gracias al trabajo de miles de personas que están interrelacionadas, y aunque lo podemos percibir, es verdad que casi siempre resulta indiferente para muchxs de nosotrxs. 

Es verdad que reducir el concepto a una responsabilidad individual sería algo incoherente porque aunque unx quiera construir su propia paz, hay múltiples opresiones sistémicas que nos atraviesan, que nos limitan en muchos aspectos, pero como dije en el párrafo anterior, se me ocurre que una primera pista radique en la otredad, en renunciar en la medida de lo posible a la aversión o indiferencia a lx de un lado, dar oportunidad a nuestra capacidad de asombro de conmovernos por alguien más con sentimientos ajenos, tan cercanos a los nuestros. 

Repensar el concepto de paz requiere mucha creatividad, para intentar construir un molde distinto y flexible. Y más allá de memorizar fríamente fechas de guerra en un intento de pensar que hemos logrado aunque sea un poquitito de ese dichoso “progreso”, hagamos de esa memoria -indiscutiblemente necesaria- un acto creativo, como diría Svetlana Aleksiévich, y quizá en esa creatividad fértil, puedan surgir y converger otras formas, poco a poco.